El costo emocional que significó para mi hija tener una velocidad de procesamiento lenta

Mi hija tuvo una evaluación “ficticia” en 8º grado. Una de mis amigas cursaba una materia de postgrado en evaluación de las dificultades de aprendizaje, y utilizó a mi hija como sujeto de práctica. A pesar de que la evaluación no fue real, los resultados sí lo fueron.

El puntaje de mi hija en lengua fue muy alto. No me sorprendió. Siempre había obtenido muy buenas calificaciones en lengua y estudios sociales.

Lo que sí me sorprendió fue su muy baja calificación en velocidad de procesamiento.

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Nunca había escuchado el término velocidad de procesamiento lenta, ni mucho menos que mi hija tuviera ese problema. Tampoco había escuchado de chicos que fueran doblemente excepcionales, pero ese término también aplicaba para ella. Sin embargo, una vez que lo supe, muchas cosas acerca de mi hija empezaron a tener sentido.

A pesar de ser una buena lectora, se tardaba una eternidad en terminar un libro. Tardaba horas haciendo la tarea, inclusive en primaria. Y detestaba los juegos de mesa contra reloj. Si el juego involucraba usar un reloj de arena o un cronómetro, decidía no jugar. Ahora lo entendía.

No obstante, todavía seguía sin entender algo mucho más importante, el costo emocional que eso estaba teniendo en ella.

Una evaluación privada “real” arrojó los mismos resultados que la “ficticia”. Pero a pesar de su bajo puntaje en procesamiento, no pudimos lograr que mi hija tuviera tiempo extendido en los exámenes escolares. No era elegible para educación especial, y la escuela no le otorgaba un porque sus calificaciones eran buenas.

Por supuesto que nos sentimos decepcionados y frustrados. ¿Qué tan malas tenían que ser sus calificaciones para que pudiera recibir ayuda? Al no tener tiempo extra, tenía que esforzarse más para mantenerse al día. Pero ella estaba determinada a salir bien a cualquier costo, y en gran parte lo logró.

Sin embargo, en bachillerato se volvió más difícil para ella compensar sus dificultades de procesamiento. No podía terminar a tiempo los trabajos que le asignaban en clase ni los exámenes y sus calificaciones bajaron. Cada vez que obtenía una baja calificación en un examen, yo le decía que no importaba y que eso no significaba que no fuera inteligente o capaz. Su respuesta era esforzarse aún más la próxima vez.

Consideré eso como una señal de resiliencia. No lo era.

En su primer año en la universidad realizamos un viaje de vacaciones con nuestros parientes. Mi hija tuvo que llevar sus libros. Estudió durante las vacaciones y en el avión de vuelta a casa. Después de aterrizar, toda la familia nos juntamos en el área de reclamo del equipaje, riendo y hablando de lo divertido que había sido el viaje. Pero cuando volteé a ver a mi hija, estaba llorando.

No había podido terminar sus deberes y tendría que quedarse despierta toda la noche para terminarlos.

Me sentí terrible y preocupada. También me sentí culpable. Había visto el costo de sus dificultades de procesamiento en sus calificaciones, pero no en ella. Sabía que la escuela le producía ansiedad, pero no pensé que fuera tan grave. Yo confiaba en ella y asumí que ella también confiaba en sí misma a pesar de sus dificultades.

Al final de esa semana mi hija empezó a ver a un psicoterapeuta. Aprendió técnicas de relajación para cuando se sintiera estresada o abrumada. Y empezó a entender que sus dificultades de procesamiento no tenían nada que ver con su inteligencia o su capacidad. Aprendió a restarle importancia y a no preocuparse tanto por sus calificaciones.

Finalmente, su velocidad de procesamiento lenta no interfirió en sus estudios. Le fue bien en la universidad, trabajando a su propio ritmo. Podía tomarle más tiempo realizar sus proyectos, pero tomó los contratiempos con calma.

Después de graduarse, cuando estaba (ansiosamente) buscando un empleo, me dijo repentinamente algo que nunca olvidaré: “Sabes, finalmente me di cuenta de que a nadie le importa si no soy perfecta”.

Ella está en lo correcto. Aún cuando en ocasiones tarda más tiempo en terminar las cosas, es inteligente, capaz y hace un excelente trabajo. Y sí, es resiliente. Sobre todo, mi hija entiende que es valorada por cosas más importantes que lo rápida o lenta que sea.

Lea acerca de la conexión entre la velocidad de procesamiento lenta y la ansiedad. Y escuche a una mamá que aprendió a respetar la velocidad de procesamiento lenta de su hijo en un mundo acelerado.

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