Buenas calificaciones, malas calificaciones en los exámenes: la historia de mi hija

Mi hija es una estudiante nata. Siempre le ha gustado escribir ensayos, leer libros de texto y estudiar para los exámenes (¡de seguro que no lo sacó de mí!). Logró un GPA excelente en el bachillerato y recientemente se graduó con honores en una de las principales universidades.

Sin embargo, fue un milagro que haya logrado entrar a la universidad que quería. Sí, hizo todo “correctamente”: Sus calificaciones eran excelentes. Asistía a varias actividades extracurriculares como clubes de servicios, el periódico escolar y una pasantía pagada. Hasta inició un revista de música y arte (¡y vendió espacio publicitario!).

Pero cuando llegó el momento de solicitar que la aceptaran en la universidad, su consejero echó un vistazo a sus calificaciones del SAT y dijo: “¡Oh, son realmente bajas!”.

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Antes del bachillerato, mi hija fue evaluada privadamente para averiguar porqué le había ido tan mal en los exámenes estandarizados, a pesar de haberle ido tan bien en la escuela. Sabíamos que en el bachillerato y más adelante, los exámenes importantes podían tener un gran efecto en su futuro, incluyendo la posibilidad de graduarse.

La evaluación determinó el problema: una velocidad de procesamiento extremadamente lenta. Nuestra hija es muy inteligente, pero le toma más tiempo que a otros estudiantes recibir, entender y responder a la información.

Pensamos que la solución para ella era tener tiempo adicional en los exámenes durante el primer año de bachillerato. Pero cuando solicitamos adaptaciones en los exámenes, la escuela se negó. ¿Porqué? Se nos dijo que sus calificaciones eran muy buenas. 

Era capaz de obtener A y B y necesitaba C y D para que lo reconsideraran, nos dijo el personal de la escuela.

En su segundo año de bachillerato, su velocidad de procesamiento lenta empezó a afectar, no solo sus calificaciones en los exámenes estandarizados, sino también su desempeño en clase. Las lecciones en el salón de clase y los exámenes eran más largos. En ocasiones no podía ni siquiera contestar la mitad de las preguntas del examen en el tiempo permitido.

Algunos de sus maestros entendieron el problema. Y cuando, de manera no oficial le otorgaron tiempo adicional para terminar, sus F se convirtieron en As. Ella sabía el material, pero no podía demostrarlo lo suficientemente rápido.

Pero la escuela nuevamente rechazó otorgarle en su segundo año de bachillerato. Con la universidad a la vuelta de la esquina, mi hija se empezó a estresar. Por primera vez en su vida no estaba disfrutando la escuela.

En el tercer año de bachillerato, las bajas calificaciones en el SAT eliminaron varias universidades de su lista a las que hubiese podido solicitar ingreso. Sin embargo, había una universidad a la que insistió enviar su solicitud a pesar de tener solo un 6% de posibilidades de ingresar (de acuerdo con las estadísticas de admisión de la universidad).

Al final tuvo suerte. El personal de admisión observó sus calificaciones e impresionantes actividades extracurriculares y decidieron que eso era más importante que sus malas calificaciones en los exámenes.

En la universidad, la mayoría de los cursos de mi hija incluían trabajos, no exámenes. Eso significaba que podía tener más tiempo del que necesitaba. Al darse cuenta que podía tener éxito, empezó a tranquilizarse. Y volvía a estar encantada con la escuela.

En el momento de su graduación ya contaba con una oferta de trabajo. Y como en el mundo real no existen los exámenes ni las pruebas estandarizadas, ¡por fin era libre!

Estoy medio bromeando. Mirando hacia atrás, desearía que hubiésemos tenido más tiempo para entender sus dificultades de velocidad de procesamiento y las muchas diferentes maneras de ayudar. Pero la buena noticia es que, después de la graduación, todos esos exámenes con tiempo limitado ya no importaban.

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