Cuando gritar, al igual que el TDAH, se transmite en las familias

Vengo de una familia numerosa a la que le gusta hablar alto y gritar aún más alto. De niña nunca me di cuenta que éramos diferentes a otras familias del vecindario. En ese entonces creía que todos hablaban fuerte: a sus hijos, en la televisión y también el árbitro en el campo de béisbol.

Como madre de dos chicos con dificultades de aprendizaje y de atención, me siento como si estuviera volviendo a vivir mi infancia y no de buena manera. Pierdo la paciencia con mayor frecuencia y eso es perjudicial.

Mi hijo de 12 años de edad tiene TDAH y al igual que varios miembros de la familia. Justo la semana pasada tuvo un partido de fútbol importante. Tuve que salir del trabajo temprano y apresurarme para recogerlo en casa. Estuvimos atrapados en tráfico durante 45 minutos para llegar al partido.

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Cuando finalmente llegamos al campo, le pedí que se pusiera sus zapatos de fútbol. Pero no estaban en su mochila. No estaban en sus pies. No estaban en el auto. Estaban en casa.

Perdí la paciencia. Me estacioné, abrí su mochila y empecé a gritar.

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Así seguí durante al menos 10 minutos. Exasperada y estresada, estoy segura que era una escena que daba espanto. Con el rostro colorado, ojos saltones y sacudiendo los brazos. Una mamá aterradora. Un monstruo, me atrevería a decir.

Mi hijo se puso a llorar y a continuación empezó a golpearse, gritando que era un “tonto, tonto, tonto” y diciendo “nunca seré bueno en nada”.

Eso me detuvo en seco. De repente me embargó la culpa y la vergüenza. ¿Qué había hecho? ¿En qué me había convertido? Todo el esfuerzo que nuestra familia había estado haciendo para desarrollar su autoestima, su seguridad en sí mismo y la confianza en nosotros había sido tirado a la basura debido a mi ira.

Yo también empecé a llorar. Sé que permanecer tranquila es lo mejor, pero en ocasiones no puedo evitarlo.

Me pasé al asiento trasero del auto y me senté al lado de mi hijo para intentar consolarlo. Pero no quería nada conmigo. Intentar abrazarlo y asegurarle que todo está bien y que mamá cometió un error, es mucho más difícil ahora que cuando era pequeño.

Los padres no son perfectos. Y en ocasiones, los padres de chicos con dificultades de aprendizaje y de atención pueden ser aún más frágiles e imperfectos.

Intentamos equilibrar el hogar y lo laboral con el trabajo a tiempo completo que significa apoyar a niños que tienen problemas con la lectura, la escritura, las matemáticas, la organización e inclusive con la ansiedad. En ocasiones perdemos la paciencia ante situaciones insignificantes. En momentos como esos deseamos poder retroceder el tiempo y reparar lo que hemos hecho.

Mi hijo y yo superamos ese horrible día. En retrospectiva, la solución fue sencilla. Le pidió prestado un par de zapatos de fútbol a otro jugador. Y para evitar que esto sucediera de nuevo, prometí hacer una lista de revisión de todo lo que necesita para el fútbol.

Después del juego, mi hijo y yo hablamos de lo sucedido tomándonos una malteada en nuestro lugar favorito. Le hablé con sinceridad. Me disculpé por mi comportamiento y por haber perdido la paciencia, y le dije que intentaría reaccionar de otra manera. Sé que gritar no es la respuesta.

Pero también le expliqué que no podía prometerle que no volvería a ocurrir ya que había sido criada en una familia apasionada y temperamental. Él asintió, sabiendo que él también tiene problemas para manejar el enojo y las emociones intensas. Se podría decir que gritar, al igual que el TDAH, viene de familia.

Sin embargo, mientras terminábamos nuestras malteadas le prometí que siempre podría contar conmigo y que lo amo, incluso cuando pierdo la paciencia.

Lea acerca de las alternativas en lugar de gritar o subir el tono de voz a su hijo. Conozca cómo una mamá logró que su hijo le hiciera caso sin tener que gritarle. Y escuche a padres de niños con dificultades de aprendizaje y de atención hablar sobre temas difíciles como la culpa, la frustración y las dudas con respecto al futuro de sus hijos.

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