Por qué tuve que superar la vergüenza para poder ayudar a mi hijo con TDAH
Ya han pasado cinco años desde que mi hijo fue diagnosticado con TDAH, pero a veces todavía me siento desorientada, tratando de entender las cosas. Tal vez sea porque en todas partes me encuentro con alguien que tiene una opinión acerca de lo que debo hacer. Y a menudo, esas personas se sienten muy complacidas de compartir lo que consideran que estoy haciendo mal.
Casi nunca hago caso de lo que dicen. Sé que no hay nada de lo que me deba sentir culpable o avergonzada.
Pero no siempre me he sentido así. No por completo. Durante mucho tiempo los comentarios de otras personas me hicieron sentir que estaba haciendo algo mal. Poco tiempo después tuve un encuentro que fue decisivo para mí.
En esa ocasión, alguien opinó sobre el comportamiento de mi hijo, sin yo habérselo pedido. Esa persona dijo que no creía que el TDAH existiera, justo en frente de mi hijo. Yo estaba furiosa.
Mi hijo, que en ese entonces tenía 6 años, apenas estaba tratando de entender qué era el TDAH y lo que significaba en su vida. Yo estaba tratando de explicarle que no había nada malo en él, que era solamente que su cerebro funcionaba de manera diferente, y que sus problemas de conducta no eran su culpa.
Mientras observaba la confusión en los ojos de mi hijo, me di cuenta de algo: que si quería que él entendiera el TDAH de la manera como yo se lo explicaba, yo tenía que estar convencida de que su comportamiento tampoco era mi culpa. Si quería que él se sintiera bien sabiendo que tenía TDAH, yo también tenía que sentirme bien con ello.
La verdad era que el TDAH de mi hijo no estaba relacionado con nada que yo hubiese o no hubiese hecho. Tenía que dejar de sentir culpa y vergüenza cada vez que él corría en un restaurante o se reía a carcajadas cuando alguien se lastimaba. Esa era la única manera en que yo podía ayudarlo a manejar esos momentos difíciles.
Durante mucho tiempo después de eso intenté educar a las personas que hacían afirmaciones sin fundamento acerca de mi hijo, de mí o del TDAH. Esa se convirtió en mi reacción típica ante comentarios indeseables: informar y explicar.
Pero ahora creo que he alcanzado otro momento clave.
Hace poco, un amigo del extranjero sintió la necesidad de explicarme que el TDAH se debe a malos hábitos alimenticios en Estados Unidos, y a que los padres en este país son despreocupados y descuidados con la crianza de sus hijos. Yo estaba preparada para dar mi discurso en el que hablo de los numerosos estudios que muestran que puede haber varias causas del TDAH, incluyendo la genética. Y explicar que esas cosas están fuera de mi control (y del de mi hijo).
Sin embargo, no dije nada. En lugar de ello pensé que las personas que no viven con alguien que tiene TDAH pueden tener una opinión, pero sus ideas no suelen estar basadas en información veraz. Y además, que no siempre tengo que ser su maestro, sino que a veces puedo dejarlos con su opinión y yo quedarme con la mía.
Mi opinión es que el TDAH es solo una parte de mi hijo y no define quién es. Él también es generoso, creativo, inteligente, persistente, espontáneo y compasivo. Y mientras que el TDAH puede significar que tendrá que esforzarse más en ciertos aspectos de su vida, esa condición no lo define.
Si las personas solo quieren ver los aspectos negativos del TDAH, no se darán cuenta de todos los aspectos positivos que hacen que mi hijo sea único.
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