Retrasos en el lenguaje, dislexia, disgrafía y TDAH, y ahora progresndo

Cuando mi hijo Henry tenía 18 meses de edad, lo llevé a la pediatra para una revisión de rutina. Ella me preguntó si ya había empezado a hablar. Todavía no hablaba, así que me recomendó que lo llevara a un especialista.

Esa recomendación me llevó a otro especialista, y antes de que me diera cuenta, mi hijo estaba siendo evaluado para los servicios de intervención temprana. También lo examinó un . Esta resultó ser las primera evaluación de muchas otras que le realizaron a lo largo de los años.

Los resultados fueron desoladores para mí. Henry tenía retrasos tanto en el como en el . También tenía retrasos en las habilidades motoras finas y otros desafíos.

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Así que seguí las recomendaciones de los expertos y se inició el tratamiento. Dos veces por semana veía a un , y una vez a la semana asistía a .

El tratamiento parecía funcionar. Un año después, mi hijo estaba hablando mucho y había alcanzado la mayoría de sus hitos del desarrollo.

Por lo que cuando tenía casi 3 años, decidí que fuera revaluado por el mismo patólogo del habla y el lenguaje para estar tranquila. Ahora que mi hijo sabía más de 200 palabras y estaba uniendo oraciones sencillas, esperaba que una evaluación mostraría una curva de desarrollo “normal”.

Pero eso no fue lo que ocurrió.

Esta vez la evaluación determinó que Henry hablaba excesivamente y tenía problemas con las transiciones , es decir, se enfurecía cuando tenía que cambiar de actividad. Tampoco estaba haciendo contacto visual. En el reporte de la evaluación había una afirmación que nunca olvidaré: “Sería prudente considerar si Henry será capaz de participar en un “programa de preescolar ‘regular’”.

Esa noche lloré hasta quedarme dormida. No podía aceptar el reporte. El que había sido mi pequeño cascarrabias se había transformado en un niño de 3 años alegre y aventurero.

A pesar de lo que me parecía un reporte pesimista, decidí inscribirlo en un preescolar “regular”. Al aproximarse la primera conferencia de padres y maestros, me preparé para lo peor.

Pero para sus maestros, que no sabían nada sobre su historia, él era un niño típico de tres años. Todas las cosas que se habían señalado como dificultades: problemas con las transiciones, hablar en exceso y la falta de contacto visual, no eran consideradas señales de alarma por sus maestros.

Me gustaría poder decirle que ahí terminaron mis preocupaciones. Pero no fue así. Años más tarde, mi hijo fue evaluado y diagnosticado con , y .

Desde que comenzó kínder, Henry ha sido evaluado en la escuela tres veces (necesita ser evaluado cada tres años para conservar su ).

Cada evaluación ha sido difícil para mí como madre, pero estoy contenta de haberlas realizado. Sin ellas, mi hijo no habría calificado para como tiempo adicional en los exámenes. Tampoco su plan de estudio habría sido modificado para que los errores ortográficos no afectaran las calificaciones de los trabajos que le asignaban. Las evaluaciones también le permitieron tener acceso a un teclado para ayudarlo con la escritura y computación básica.

Hoy en día, Henry está progresando. Casi todos los maestros que Henry ha tenido me han dicho lo brillante que es.

“Él es sumamente articulado”, me han dicho los maestros. “Generalmente entiende conceptos que están muy por encima del nivel de comprensión de los otros estudiantes”. Y su nivel de comprensión lectora al terminar séptimo grado era el de un estudiante de grado once.

Sí, él tiene limitaciones. Su ortografía y su escritura son desastrosas y el TDAH le dificulta permanecer enfocado en una tarea.

Después de su más reciente evaluación me fui de la escuela muy calmada. No ha cambiado mucho.

Después, llamé a mi esposo y nos reímos: “Supongo que tenemos que aceptar que Henry nunca va a ganar un concurso de deletreo”.

Pero para mí, el hecho de que Henry lo está haciendo bien es un signo de lo mucho que ha avanzado y lo poderosa que es su mente.

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