Solo quiero ser la “mamá” de mi hijo, no su coordinadora de servicios del IEP

Estaba en el teléfono con mi editora cuando llegó un correo electrónico de la escuela de mi hijo. Al darle un vistazo, reaccioné inmediatamente. Antes de que pudiera pensar, apresuradamente expresé un comentario honesto, pero muy rudo.

Irónicamente, eso era lo que el correo electrónico decía que había hecho mi hijo.

Afortunadamente, mi editora me conoce lo suficientemente bien para saber que mi estallido no estaba dirigido a ella y no era personal. Los maestros de mi hijo también deberían saber eso sobre él. No obstante, no siempre ha sido así.

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Mi hijo tiene serias dificultades con las habilidades sociales. No entiende que su idea de “honestidad” puede parecer ruda a otras personas. Tampoco le sienta bien cuando cambian las expectativas.

Luego leí el correo electrónico más detalladamente. Aparentemente, ese día la maestra había anunciado un cambio de planes de última hora. En lugar de trabajar en sus proyectos de ciencias individualmente, los estudiantes iban a trabajar en grupos.

Molesto por el cambio repentino, mi hijo reaccionó inmediatamente y dijo, “eso no es justo, ¡usted dijo que haríamos nuestros propios proyectos!”. La maestra lo consideró rudo, aun cuando ella conoce su condición. Pero eso no fue lo que me molestó.

Lo que sí me molestó fue esta oración: “Nos gustaría que viniera para discutir el comportamiento de su hijo y escuchar sus ideas sobre cómo podemos ayudarlo mejor”.

Yo siempre he sido una gran defensora de mi hijo. Pero por alguna razón, ese enunciado me enfureció.

Fue el efecto acumulativo de cientos de llamadas y correos electrónicos que durante años he recibido de parte de la escuela, pidiéndome consejo o estrategias que pudieran ayudar. Las innumerables reuniones en las que colaboré con los maestros proponiendo apropiadas para el salón de clases. Las horas interminables sugiriendo e incluso localizando los servicios adecuados.

Ahora, una vez más, la escuela de mi hijo decía que se le habían agotado las ideas. Sentí que se me pedía ser su coordinadora de servicios, su terapeuta, su maestra, su entrenadora de habilidades sociales y su asesora profesional. De pronto comprendí algo.

Yo no había solicitado hacer esos trabajos. Ni siquiera estoy segura porqué terminé haciéndolos, pero ya no quería hacerlos más. Seguiría siendo su defensora. Sin embargo, más allá de eso, solo quería ser su amorosa, preocupada y, sí, a menudo abrumada madre.

No puedo divertirme con mi hijo si constantemente estoy procesando lo que ocurrió en la escuela y lo que él hubiera podido hacer de manera diferente. No pasamos tiempo juntos mirando programas de televisión porque estoy ocupada resolviendo los problemas que surgen. No puedo disfrutar su compañía tanto como quisiera.

No estoy haciendo bien mi verdadero trabajo de ser mamá cuando estoy ocupada proporcionando estrategias a los profesionales en su escuela. Y de cualquier manera no es que tenga ideas nuevas. He dado todo lo que tenía. He intentado serlo todo. ¡Es demasiado!

Así que cuando me reuní con ellos a propósito de este último incidente, renuncié.

“Si tuviera soluciones, ya se las hubiera dado”, dije. “Él no está lastimando a nadie; sus calificaciones son buenas. Ustedes tendrán que proponer estrategias para ayudarlo con sus problemas sin contar conmigo. Yo solo quiero ser mamá”.

La habitación se quedó en silencio. Por lo que aclaré.

Sí, quiero seguir colaborando con la escuela. Por supuesto, quería continuar siendo un miembro activo del equipo del IEP. Solo necesitaba protegerme y ser lo que yo (y él) necesitamos que yo sea: su madre.

Ese es una labor que yo pedí. Es una que sé que puedo hacer bien. Y es una a la que merezco poder dedicar toda mi atención.

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