Cómo me estoy reconciliando con el IEP de mi hijo

“No hagas ninguna tontería”, me advirtió mi esposa mientras nos dirigíamos hacia la reunión en la escuela para discutir si mi hijo de cuatro años obtendría un IEP y servicios de . “Sé que no estás contento, pero es lo mejor para él”.

Refunfuñé.

“Y recuerda cuánto ahorraremos si consigue los servicios”, añadió. “No tendremos que pagar la ni la ”.

Refunfuñé más fuerte.

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“Sabes que no necesitas estar aquí”, dijo cuando salíamos del auto. A pasar al lado de trabajador de mantenimiento de la escuela lo tropecé. “Realmente deberías irte a casa”.

Abrí la puerta de la escuela de un tirón y me armé de valor. Estaba listo para que mi hijo fuera analizado minuciosamente y finalmente clasificado por la escuela como un “chico de educación especial”.

Al principio no había detectado el retraso en el lenguaje de mi hijo porque era muy bueno señalando, asintiendo con la cabeza y haciendo diferentes sonidos para comunicarse. Del mismo modo, su nerviosismo general y su incapacidad para quedarse quieto cuando se emocionaba nunca fueron registrados por mí hasta que estábamos haciendo un picnic con la familia de mi esposa. Fue ahí cuando alguien lo observó sacudiendo sus brazos y me sugirió que podía tener un “trastorno”.

Me seguía incomodando la idea de que alguien pensara que mi adorable pequeño de cabello ondulado no fuera perfecto. Y ahora estaba oficialmente aceptando esa creencia.

Al iniciar el proceso del IEP y hacer que la escuela se involucrara, abiertamente reconocía y ponía por escrito que mi hijo tenía dificultades de aprendizaje y de atención.

Mi esposa y yo fuimos conducidos hacia una habitación pequeña en el área de primaria. Las personas que evaluaron a mi hijo ya se encontraban sentadas alrededor de la mesa, me pareció como si fuera un comité penal de libertad condicional.

Mi esposa y yo nos sentamos y la joven mujer que era su coordinadora de servicios inmediatamente nos dijo que mi hijo calificaba para los servicios. Creo que pensaba que al decir esto iba a disminuir cualquier tensión y provocaría un efusivo agradecimiento.

Lo que ella no había entendido era que yo no quería que mi hijo tuviera un IEP. Si me hubieran negado los servicios, probablemente la hubiera abrazado.

Los especialistas alrededor de la mesa se turnaron para exponer estadísticas confusas. Mi hijo se encontraba en el percentil 35 en esta categoría, en el 25 por ciento en otra, en el tercer percentil en esto, en el décimo en…

Quise interrumpir esta avalancha de números y decir lo que pensaba acerca de la rigidez de los pilares del desarrollo (“¡los chicos no son robots!”, hubiera dicho). Ya habíamos llevado a mi hijo a un neurólogo quien descartó autismo y discapacidades severas. Así que, ¿por qué no permitirle seguir a su propio ritmo? ¿Por qué necesitábamos una intervención?

Pero no dije nada porque, ¿cómo podía criticarlos cuando habíamos sido nosotros los que habíamos solicitado su ayuda?

Mi hijo fue clasificado como un niño con una “discapacidad”, y salimos de la habitación.

“Gracias por comportarte tan bien”, me dijo mi esposa mientras caminábamos de regreso al auto. No dije nada. Por dentro, estaba destrozado pensando que de alguna manera había traicionado o abandonado a mi hijo.

La verdad es que yo no acepté milagrosamente el IEP de mi hijo. No ese día ni incluso después. De hecho, si me detengo a pensarlo, me sigue molestando que se haya determinado que necesita servicios de educación especial. Pero ese es el asunto, que en realidad no pienso en ello.

Observo a mi hijo jugando con sus amigos y en el parque infantil, y estoy atento a cómo lo tratan los otros chicos. Nadie se burla de él porque recibe servicios. Él asistió a un programa de preescolar inclusivo con niños que no estaban recibiendo servicios, después asistió a un kínder regular y ahora está en primer grado. Creo que es un testimonio para el distrito escolar de que estar en educación especial no parece causar el mismo estigma que cuando yo era pequeño.

Un par de veces al año recibimos un paquete del distrito escolar que contiene una actualización de su IEP. Miro con enojo el sobre por varias horas antes de finalmente abrirlo.

Sopeso las áreas donde mi hijo está progresando satisfactoriamente, en las que progresa gradualmente y en las pocas en que ha logrado el objetivo establecido. Puedo ver la luz al final del túnel.

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