4 preocupaciones que tuve cuando terminó el IEP de mi hijo

Cuando mi hijo obtuvo su primer IEP a los 4 años, me costó aceptarlo. Durante la reunión inicial, lo único que quería que me dijeran era que sus puntajes en las pruebas de aptitud habían sido magníficas. Quería que dijeran que éramos unos padres aprensivos y que deberíamos regresar a casa y aceptar sus dificultades como simples peculiaridades.

Pero lo que el personal escolar me dijo fue que mi hijo era “deficiente” en varias áreas, como las habilidades motoras finas y el habla. Dijeron que calificaba para recibir servicios y nos sonrieron a mi esposa y a mí como si debiéramos sentirnos encantados. Yo quería llorar, y no precisamente de alegría.

Dos años más tarde, mi esposa me pidió que fuera a la escuela primaria de mi hijo para asistir a la triunfal reunión que haría oficial el fin del IEP de mi hijo. Las habilidades motoras de mi hijo y sus dificultades con el habla habían mejorado significativamente. Le estaba yendo bien y estaba al nivel de su grado.

Esta vez tuve una conversación relajada que incluyó algunas bromas con el personal escolar. Sin embargo, me observaban casi con culpa en sus ojos, como si de alguna manera se estuvieran aprovechando de mí. Yo quería sentirme feliz, y estaba feliz. Pero también sentía otras cosas…

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¿Debería oponerme? En realidad no quería impedirlo, pero también sabía que muchos padres tienen que abogar durante años para recibir servicios. Y aquí estaba yo, a punto de renunciar a ellos de forma voluntaria. De pronto, temí estar siendo engañado.

“¿Hay algo que le gustaría decir?”, me preguntó el coordinador de servicios del IEP al notar mi cambio de humor.

“¿Están seguros de que está preparado para continuar sin los servicios?”, pregunté.

“Sí”, dijo su maestra de segundo grado, “está avanzando por su cuenta”.

¿Estaba siendo egoísta? No me gustaba que mi hijo recibiera , pero admitía que eso tenía que ver con mis prejuicios. A mi hijo no parecía molestarlo en lo absoluto. ¿Era posible que su IEP terminara ahora, no porque él estuviera preparado, sino porque yo había presionado para que se terminara?

“Cuando usted dice que ‘está avanzando por su cuenta’”, le pregunté a la maestra, “¿significa que podría no seguir progresando si prescindimos de los servicios?”.

“No”, dijo ella. “No lo creo”.

“¿Pero existe la posibilidad?”, pregunté.

Una vez que terminan los servicios, ¿pueden volverse a implementar? Por lo que estaba escuchando, sería bastante difícil, como regresar con una antigua novia que rehizo su vida. Me dije a mí mismo que mi hijo no dejaría de recibir los servicios de un día para otro. La escuela prometió que seguiría recibiendo algunos servicios para el habla (lo cual siempre había sido su principal problema).

Miré a la enérgica que había hecho un trabajo excelente con la escritura a mano de mi hijo. “¿Usted podría seguir supervisándolo cuando vaya al salón por otro estudiante?”, pregunté.

Ella asintió.

“Pero no será lo mismo”, dije.

¿Debería permitir que le realicen una evaluación psicológica de clausura? Lo que más aborrecía del proceso del IEP eran todas esas pruebas. No soportaba a las personas (sin importar lo bien intencionadas que fueran) que hacían juicios acerca de la inteligencia y capacidades de mi hijo. Ahora que el IEP estaba por finalizar, la escuela quería repetir una prueba psicológica para documentar la mejoría de mi hijo.

Yo miraba los rostros de todos los maestros y especialistas que habían atendido y ayudado diligentemente a mi hijo durante los dos últimos años. La prueba facilitaría su labor. Y también sabía que a mi hijo no le importaba ser evaluado.

Sin embargo, yo no quería pasar por eso otra vez. Y consideraba que no nos beneficiaba, ya que de todas maneras no tendría un IEP.

El personal puso poca resistencia cuando me opuse a realizar más pruebas, y dijeron que me enviarían unos documentos para que los firmara. Me levanté, agradecí y salí de la escuela. Sobre todo, me sentí liberado.

Ahora que había finalizado el IEP, me di cuenta de que tendríamos que revisar sus tareas y los trabajos que su maestra enviaba a casa con mayor atención, para estar seguros de que continuaba progresando. Pero mientras me dirigía hacia el estacionamiento, me dije a mí mismo que estaba contento con el cambio.

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