El hábito navideño que quiero eliminar: Comparar a mi hijo que tiene una discapacidad del aprendizaje no verbal con sus primos

La casa está radiante. A través de las amplias ventanas puedo ver a primos, tías, tíos y abuelos abrazando y felicitando a mi esposo y a mi hijo menor. El olor de las galletas en el horno me invita a entrar.

Sin embargo, no me puedo mover. Mi hijo mayor de cinco años, Dario, se encuentra en plena protesta. Sus llantos han humedecido mi blusa de seda y sus patadas han causado que se rasguen mis medias. Él sabe lo que le espera: un montón de personas.

La sola idea de entrar a la casa lo aterra. Y a mí me llena de pánico.

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Hace 15 años aún no tenía un nombre para lo que andaba “mal” con Dario. Pero mi instinto materno me decía que no era solo un niño peculiar que detestaba las fiestas. Cuando las diferencias del aprendizaje se hicieron evidentes en la escuela y la socialización se volvió cada vez más tortuosa para mi hijo, buscamos una explicación.

Finalmente, hicimos que lo evaluaran. Fue ahí cuando nos enteramos de que Dario tiene una .

Con la ayuda de terapeutas, tutores y , Dario, quien ahora tiene 20 años, ha aprendido a manejar sus retos. Pero las reuniones navideñas siempre han sido momentos difíciles. Y al menos para mí, lo siguen siendo.

Nuestra familia se reúne todos los años en estas fechas. Es nuestra oportunidad para contarnos las novedades. No obstante, las reuniones familiares siempre son algo más para mi esposo y para mí. Se hace notorio lo diferente que es Dario de sus primos. Hacer esas comparaciones implícitas son parte de nuestro ritual anual.

Yo podría decir algo sobre lo maravilloso que es ser diferente, y en ocasiones lo es. No obstante, a veces no lo es para Dario ni para nosotros.

Ser diferente no es maravilloso cuando todos están hablando de honores académicos y trofeos de fútbol, y tu hijo tiene dificultades con las habilidades motoras finas. Es difícil cuando la conversación en la mesa gira en torno a que alguno de sus primos está solicitando admisión en la universidad. Mientras que por el rabillo del ojo ves a tu hijo escabullirse de la habitación sin hacer ruido, dudando de si podrá estudiar en la universidad.

Al aproximarse las reuniones decembrinas empiezo a sentir las conocidas punzadas. Ya estoy anticipando las conversaciones sobre las fraternidades en la universidad y la vida amorosa, y mi preocupación de que Dario pase mucho tiempo a solas.

Pero luego pienso en Dario y de lo orgullosa que me siento de él. Él ha superado el sentirse juzgado o inferior. El niño que nunca pensó que se iría de casa fue a la universidad, tiene un grupo de amigos cercanos y está explorando su pasión por la política. Estoy asombrada por los avances que ha hecho.

Ahora que no vivido fuera de casa está ocupado forjándose la vida que quiere tener. No intenta ser como sus primos o satisfacer las expectativas de nadie. Está haciendo sus cosas, dice, y compararse con los demás es un gran desperdicio de tiempo y energía.

Esa es una lección que él ha aprendido. Yo continúo tratando de aprenderla.


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