¿Cómo los deportes ayudaron a que a mi hijo le gustaran las matemáticas?

“¿Cuánto es 2 + 2?”

Calculando… “¡Cuatro!”

“3 + 5?”

Más cálculo… “¡Ocho!”

¿Cuál es su principal preocupación?

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Yo examiné a mi hijo en su tarea de matemáticas y contestó con gran entusiasmo. No respondió todas las preguntas correctamente pero se esforzó tanto como pudo.

No siempre fue así. De hecho, hubo una época en la que él hubiese preferido mirar el césped crecer que sumar dos más dos. Por supuesto, su maestro dijo que necesitaba prácticar. Pero nadie me explicó cómo lograr que un niño inquieto se sentara y se enfocara en hacer una tarea que era repetitiva.

Fue alrededor de la misma época cuando mi hijo se inscribió en un equipo de fútbol por primera vez. Cada domingo en la mañana nos encaminamos hacia el parque con otras familias para jugar fútbol durante una hora. Uso la palabra “jugar” de manera general porque no estoy seguro si jugaban fútbol. Era más bien un grupo de niños entre 5 y 6 años arremolinados alrededor de la pelota y golpeándose los protectores de pantorrillas.

Pero, a pesar de que sus habilidades fueran básicas, los niños y las niñas del equipo de fútbol estaban obsesionados con meter goles. Supuestamente no tenían que anotar goles, porque la liga tenía una política de “todos son ganadores”. Pero no se le podía decir eso a estos niños. Vociferaban y gritaban que le ganarían al otro equipo por no se cuántos puntos. Y mi hijo, por correr rápido y ser un niño con mucha energía había metido la mayoría de los goles. Y fue ahí cuando ate los cabos.

“¿Cuántos goles metiste hijo?” Le pregunté al terminar el juego.

“Umm… 12”. Yo sabía que lo estaba inventando, ¡él no tenía la menor idea!

“¿Bueno, los contaste?”

“Umm… no”.

“¿Puedo ayudarte a contarlos?” sugerí.

“Umm… de acuerdo”

Sonreí y empezamos a contabilizar cada gol. El primero fue cuando un amigo chutó el balón y este golpeó el codo de mi hijo y de allí entró en la portería. El segundo sucedió cuando mi hijo chocó con un jugador del otro equipo y el balón rodó y entró en la portería. El tercero fue cuando mi hijo chutó la pelota muy fuerte y anotó un gol para el otro equipo. Y así continuó hasta que mi hijo exclamó,“metí 5 goles”.

Después de ese juego seguimos contando goles y poco a poco mi hijo mejoró su habilidad para contar. Luego de algunos juegos me preguntó qué era “asistir” y empezamos a contarlos también (aunque para ser honesto, asistir es un evento inusual en los juegos de niños).

Justo cuando empezaban a agotárseme las ideas relacionadas con fútbol y matemáticas, comenzó la temporada de béisbol y mi hijo comenzó a mirar algunos partidos en la televisión. Era increíble ver a mi hijo contar cuántas veces ponchaban al bateador y las carreras a la primera base durante un juego que duró tres horas.

El béisbol le abrió un mundo de números. Batazos, base por bolas, carreras, ponches, el promedio de bateo, ¡el juego incluía de todo! Y él estaba fascinado. Terminó siendo la mejor manera de que mi hijo aprendiera matemáticas disfrutándolas y aplicándolas en su vida; la solución fue conectarme con las pasiones de mi hijo.

Hace algunas semanas, mientras veíamos el juego de Kansas City Royals y San Francisco Giants en la serie mundial, mi hijo me preguntó a quién le iba. Yo le constesté que a nadie en particular.

No son mis equipos favoritos, así que no le voy a ninguno. Por supuesto, era mitad cierto porque en mi corazón, en realidad, yo apostaba por mi hijo.

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