El campamento de verano fue un “oasis” para mis problemas escolares

Celebré mi cuarto cumpleaños durmiendo en un campamento. Aunque esto pueda parecer una decisión de mis padres cuestionable, había razones válidas que sustentaban la decisión de que mis padres me mandaran a un campamento siendo tan pequeño.

Mi padre era un médico ocupado que no podía abandonar Nueva York en el verano. Mi madre trabajaba con él en su consultorio. Y yo no podía soportar el calor abrasador de la ciudad.

Por fortuna, me acompañó mi hermano mayor que tenía cinco años y medio. Aparentemente, mientras yo lloraba sentado en el autobús, él salió para decirle a mamá que me llevara a casa y que él iría solo. Qué buen tipo. Aunque no conservo ningún recuerdo de la experiencia, me contaron que yo estaba entusiasmado con la idea de regresar.

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En 1950, mi hermano y yo asistimos al campamento Northwood, un campamento convencional para todas las edades localizado en las montañas Adirondacks del estado de Nueva York. En Northwood se hacía énfasis en los deportes, una de las pocas áreas en las que yo sobresalía.

Debido a mis considerables diferencias en la manera de pensar y aprender, la escuela había sido una experiencia negativa y humillante. Estaba entre los que tenían el rendimiento académico más bajo y había sido llamado “estúpido”, “perezoso” y hasta “retardado” por mis compañeros y maestros.

Todo eso fue reemplazado en el campamento Northwood al ser el primero que escogían en los equipos deportivos y el líder de las bromas en las literas. El campamento se convirtió en un “oasis” de éxito.

Por lo que no es una sorpresa que haya continuado asistiendo a Northwood todos los años. Incluso iba al campamento con anticipación para trabajar gratuitamente y tenerlo listo para el verano y así poder huir de la ciudad.

En el verano después de terminar mi segundo año de bachillerato, el dueño del campamento se me acercó cuando estaba arreglando el campo de béisbol. Me comentó que el director deportivo, a quien yo iba a ayudar, no iba a venir y que ahora yo era el nuevo director atlético. De hecho, por primera vez en mi vida me iban a pagar: $100. ¡Estatus y pago, que empujón para mi autoestima!

Muchos años después, enseñé en la escuela Churchill para niños con discapacidades del aprendizaje en la ciudad de Nueva York. Me había enamorado de la escuela, de su población y su misión. También me enamoré de una maestra de primer año llamada Kristy Baxter. quien se convirtió en mi esposa, mi compañera y en directora de la escuela.

Fue en la escuela Churchill donde me di cuenta de que muchos de los estudiantes que iban a dormir a los campamento volvían en peor estado. Si asistían a campamentos convencionales, con frecuencia eran víctimas de abuso y aislamiento. Si acudían a un campamento “especializado” a menudo eran agrupados con niños con discapacidades más graves. Con frecuencia, regresaban con nuevos problemas de conducta y confundidos.

Dado que yo experimenté que los campamentos de verano podían ayudar mucho a los niños, Kristy y yo decidimos crear uno específicamente para niños con diferencias en la manera de pensar y aprender. El concepto era que contara con actividades convencionales apoyadas por un grupo de profesionales. Insistimos en una proporción de 2 campistas por cada profesional. También añadimos programas de ayuda académica y de habilidades sociales.

Naturalmente regresé a mi “oasis”, el cual estaba disponible para renta. Y nació el campamento Northwood para niños con con diferencias en la manera de pensar y aprender. El primer año tuvimos 21 campistas a tiempo completo. El tercer año tuvimos 120 campistas y una larga lista de espera.

Después de 20 años, pasé la administración del campamento a uno de mis consejeros, Gordie Felt y hasta el día de hoy el campamento continúa funcionando con éxito. Kristy y yo fundamos seis campamentos en total, muchos de los cuales siguen funcionando.

Aunque soy un firme creyente del potencial de los campamentos de verano donde los niños duermen, ningún programa es adecuado para todos. Ni existe tampoco una edad en particular para comenzar a ser campista.

Pero, independientemente del niño, existen algunas estrategias probadas y ciertas para ser un buen padre de campista:

  • Investigue y visite campamentos potenciales.

  • Contacte al comité de salud para averiguar si el campamento tiene algún tipo de violación.

  • Averigüe los antecedentes del personal que trabajará con su hijo.

  • Escriba una carta a su hijo diariamente y envíe una antes del inicio del campamento para que se la entreguen tan pronto llegue.

  • Cuando envíe paquetes, asegúrese de que contengan cosas que puedan ser compartidas con los compañeros de habitación.

  • Cerciórese de que su hijo entiende que lo están enviando a un campamento y no que lo están alejando de casa.

  • Practiquen antes de ir al campamento, usando el vocabulario y comiendo alimentos que comerá en el campamento.

  • No mande ropa o juguetes costosos al campamento, pero asegúrese que su hijo disponga de la ropa y el equipo adecuado que necesitará.

  • Atienda al primer día de campamento si le es posible.

  • No le comunique malas noticias a su hijo sin antes consultarlo con el director del campamento.

  • Asegure a su hijo que la vida en casa será la misma cuando regrese.

  • Si su hijo le comunica malas noticias, confirme que son precisas hablando con el director. Si es así, discutan estrategias para resolver la situación.

  • No planee eventos especiales o viajes mientras su hijo no está.

  • Acepte que está bien que usted disfrute del descanso tanto como su hijo.

Cuando el campamento de verano es apropiado, puede ser un lugar en donde los niños que piensan y aprenden de manera diferente puedan ser exitosos, como yo lo fui.

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