Cómo aprendí a aceptar las cosas tal como son

Al igual que muchos otros padres, cuando la pandemia del coronavirus obligó a cerrar las escuelas, no sabía cómo saldrían las cosas. Aquí estoy.

Me imaginaba que aprender en línea iba a ser difícil para muchos niños, pero en especial para mi hijo de 10 años que tiene dificultades del procesamiento sensorial. El cierre provocó cambios en las rutinas diarias que seguíamos. Estábamos rodeados de incertidumbre y no había nada que pudiéramos hacer para cambiarlo. 

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Como muchos niños que tienen dificultades del procesamiento sensorial y otros desafíos, mi hijo se siente más seguro cuando su mundo es predecible. El COVID-19 lo cambió todo.

Yo llevaba varios meses trabajando desde la casa antes de que comenzara la pandemia. Así que no tuve que preocuparme por buscar quién pudiera cuidar a mi hijo ni por traer el virus a la casa. Lo que sí me preocupaba era cómo podría hacer mi trabajo. El aprendizaje a distancia requiere que esté sentada junto a mi hijo en todas sus clases virtuales, me asegure de que entendió la lección y lo apoye mientras realiza cada una de las tareas que le asignan. 

Pronto me di cuenta de que preocuparnos por el futuro, comer bocadillos y hacer el trabajo en cualquier momento no nos iba a funcionar. Confié en Dios, cambié mi manera de pensar y acepté la idea de que si tomábamos las precauciones adecuadas y nos quedábamos en casa estaríamos bien. Y después empecé a tomar medidas. 

Primero leí a mi hijo para que estuviera informado sobre el COVID-19, supiera cómo permanecer a salvo y comprendiera por qué no podía ver a sus amigos en la escuela. Afortunadamente, leerle lo tranquilizó. Después, me di a la tarea de devolver la estructura a nuestra vida donde me fue posible. Empecé a usar nuevamente las rutinas que teníamos antes del COVID para apoyar a mi hijo. Esto nos facilitó mucho las cosas. 

Mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida diaria es un acto de malabarismo, pero estoy en paz con ello. Todos los días me siento junto a mi hijo y reviso mis correos mientras él está en la clase de lectura. En su hora de almuerzo hago la limpieza y preparo la cena en una olla de cocción lenta. Y me preparo para mis reuniones virtuales de la tarde, mientras él hace saltos de tijera en la clase de gimnasia. En mi mundo no hay fronteras definidas entre el trabajo y el hogar, así que utilizo planificadores separados para organizarme mejor. A medida que transcurre el día, voy tachando las tareas terminadas de mi lista de cosas pendientes.  

COVID-19 ha cambiado nuestra vida social de cierta forma, pero hay cosas que no han cambiado. Mi hijo es sensible a los ruidos fuertes, es muy selectivo con la comida y a veces tiene dificultad para adaptarse a ambientes nuevos. Por esto, generalmente pasamos mucho tiempo en la casa. Añadir más cojines, abrir las cortinas los días soleados y usar un difusor de aceites esenciales hace que nuestra casa sea tan confortable que algunos días ninguno de nosotros quiere salir. Jugar videojuegos y ver películas antiguas cuando tenemos tiempo libre también ha hecho que quedarse en casa sea muy divertido. 

Nada es como solía ser antes del COVID-19, pero estoy en paz con esto. Estoy agradecida de lo que puedo hacer y del tiempo adicional que puedo estar con mi hijo. Sobre todo, agradezco que los dos estamos sanos y felices.