Cuando mi hijo con dislexia no leía conmigo, encontramos otra manera de conectar

Cuando mi hijo tenía 9 años, hicimos nuestra propia versión del ritual de leer antes de dormir. Fue una pesadilla. Mientras que otros padres abrazaban a sus hijos y se turnaban para leer en voz alta Harry Potter o La Isla del Tesoro, nosotros tratábamos de leer libros que eran infantiles y aburridos.

Mi hijo tiene dislexia, y en cuarto grado seguía teniendo problemas para palabras. Desde que era un bebé, yo le leía diariamente. Seguí leyéndole incluso después de que empezó la escuela y descubrimos que tenía dificultades con la lectura. Pero al ver que se atrasaba tanto, empecé a sentir que necesitaba hacer más por él.

El mensaje que recibí de la escuela fue claro: él necesitaba practicar la lectura tanto como fuera posible. Todos los padres son responsables de ayudar a desarrollar las habilidades de sus hijos y fomentar el amor por la lectura. Yo me sentí responsable de ayudar al mío a superar un gran desafío durante 20 minutos de lectura diaria.

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Por lo que dejé de leerle y empecé a “ayudarlo” a leer durante 20 minutos todas las noches. El problema era que yo no tenía idea de cómo enseñar a leer a un niño con dislexia. Yo no estaba capacitada ni tenía experiencia en educación.

Fue una tortura para ambos. Para él fue la continuación de la frustración que sentía en la escuela diariamente. Para mí, fue un recordatorio estresante de que se suponía que debía ayudarlo y no lo estaba haciendo.

Él gritaba, yo gritaba. Fue horrible. En lugar de querer pasar tiempo juntos al final del día, nos aterraba la idea.

No sé cómo se me ocurrió, pero una noche en lugar de escoger un libro decidí poner una película clásica que pasaban en la televisión. Ya habíamos visto algunas películas de Hitchcock en familia, así que las películas en blanco y negro no eran un concepto novedoso.

Ese fue el principio de una nueva rutina antes de ir a dormir: 20 minutos de cine en blanco y negro todas las noches. Resultó que aunque a mi hijo no podía leer una novela de suspenso, le encantaba mirarlas.

Durante los meses siguientes, no leímos nada. Vimos películas como Double Indemnity (Pacto de Sangre) y The Maltese Falcon (El halcón maltés). Recuerdo una donde Humphrey Bogar era un fugitivo al que le cambiaban el rostro, y otra donde una celosa Bette Davis mataba a su hermana gemela.

Me encantaba y a él también. En lugar de discutir sobre a quién le tocaba leer, nos reclinábamos en las almohadas y nos relajábamos. Nos escapábamos a un lugar divertido e interesante.

Yo no lo planeé, pero nuestra nueva rutina a la hora de dormir también se convirtió en una experiencia de aprendizaje. Ver películas extraordinarias fue en cierta manera tan enriquecedor como leer libros maravillosos. Nos abrió mundos nuevos. Le dio una perspectiva histórica en todo tipo de cosas: la moda, el diseño, la tecnología y la cultura pop. Le mostró el arte de narrar historias.

Eso no significa que sus problemas terminaran. No fue así. En ciertos momentos, dominaron de nuevo nuestra relación.

Cuando el bachillerato se tornó difícil y la universidad se convirtió en una interrogante, a veces me preocupaba no pasar suficiente tiempo “practicando” con él. En ocasiones sigo sintiéndome de la misma manera. Pero me digo a mí misma que yo no era su maestro o su tutor. Y ciertamente no quise ser su torturador.

El hecho es que me aseguré de que recibiera apoyo y más práctica, pero sin mí. Él trabajó diariamente en la escuela con un especialista en lectura. También pagamos a un tutor de lectura certificado dos veces por semana hasta que se convirtió en un lector bastante fluido. Y cuando me lo permite, le sigo leyendo libros en voz alta. Pero nunca lo obligué a que él lo hiciera.

Me hubiese encantado practicar la lectura con él si hubiera podido. Pero dado que tan solo iba a ser destructivo, mi prioridad fue que tuviéramos una buena relación.

Me hubiera gustado saber en ese entonces que no tenía por qué sentirme culpable por esa opción. Yo soy su madre, y mi labor fue dedicar 20 maravillosos minutos al día para estar juntos.

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