Mi mamá finalmente creyó que yo tenía TDAH cuando notó sus problemas de concentración

En la cultura hispana no se suele hablar de las diferencias de aprendizaje. Se ocultan o ignoran por temor a ser percibido como "débil", si uno admite que tiene esos problemas. Y en mi casa era igual, mis padres no eran la excepción.

Durante mucho tiempo, mi mamá no quería que yo viera a un psiquiatra para averiguar por qué estaba ansiosa todo el tiempo. No es que ella no quisiera que buscara ayuda. Pero le preocupaba que la respuesta me encasillaría. Me sentía deprimida y me papá no entendía por qué. Para él, mi vida era mucho más fácil que la suya cuando era niño.

Pero yo insistí en tener una consulta con un psiquiatra. Y me alegro de haberlo hecho.

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Después de varias sesiones y algunas pruebas fui diagnosticada con trastorno de ansiedad generalizada (TAG). Se habló de medicamentos que podían ayudarme, pero mi madre no quería que los tomara de por vida. Le preocupaban los efectos secundarios y que no fuese capaz de solucionar las cosas por mí misma en el futuro. Con el tiempo, me contagió sus preocupaciones. Tanto fue así que no me atrevía a pedir una evaluación de TDAH y del trastorno del espectro autista (TEA).

Sufrí cuando estudiaba en la universidad. Sufrí incluso en mi primer trabajo después de terminar la universidad. Decidí que no quería seguir así. Entonces, sin consultar a mis padres, pedí que me remitieran a un neuropsicólogo.

Cuando finalmente se lo dije a mis padres, suspiraron y me preguntaron por qué seguía buscando algo malo en mí. Mi mamá me dijo: “No te pasa nada. Eres especial. Mira todo lo que has logrado, ¿por qué sigues creyendo que te pasa algo malo?”.

Mis padres saben que soy inteligente y están orgullosos de mí. Soy la primera de la familia que me gradué en la universidad e hice un postgrado. No les preocupan mis problemas, sino el qué dirán. El estigma sigue existiendo en nuestra cultura y en nuestra familia.

Cuando me diagnosticaron con TDAH y TEA, mis padres no lo entendieron. Yo no había tenido síntomas de ninguno de esos dos trastornos. Creo que es porque había aprendido a disimular mis desafíos, a trabajar excesivamente y pretender que era “normal”. Pero sabía que no podía seguir así para siempre. Y aunque fue difícil para mí, no podía enojarme por las reacciones de mis padres.

Irónicamente, muchos de nuestros familiares no terminaran la escuela en México por tener dificultades de aprendizaje. Descubrí que mi mamá también había tenido problemas de concentración y aprendizaje cuando era niña. En ese entonces, ella pensaba que era común.

Pero un día, todo cambió.

Mi mamá comenzó a prestar más atención a sus propias dificultades. Trabajaba todo el día y en la noche iba a la escuela. Y cada vez le resultaba más difícil concentrarse.

Una noche, me mandó un mensaje de texto que decía: “¿Qué era eso que tú tenías con la atención”? Por fin mi mamá se preguntaba qué debería hacer para solucionar sus problemas de concentración. Le contesté: “¿Quieres que te diga algunas estrategias que utilizo para facilitarme la vida”.

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